lunes, 7 de diciembre de 2009

FESTIVAL DEL TREN PARA TODOS - Una crónica







Crónica de un tren aventurero



Eran tres mosqueteros que habían perdido su D’Artagnan.
Se paraban cada sábado, durante meses, en las esquinas de Santa Rosa para juntar firmas entre el viento y la polvareda infinita de las pampas, en medio de madres que circulaban presurosas a comprar zapatillas y remeras a sus hijos y parecían no prestar atención a nada más que la preocupación por los precios; y también ancianos que salían a caminar sus veinte cuadras diarias recetadas, y era siempre la misma cuadra repetida diecinueve veces.
Al oír la palabra tren, detenían su andar de inercia, se daban vuelta y aparecía el mágico ‘dónde hay que firmar’.
Y es cierto, los tres mosqueteros juntaron muchas firmas, ayudados por otros amigos solidarios que ofrecían alguna mesa y unas biromes y ayudaban a multiplicar esquinas y ganas.
Al tiempo descubrieron que ¡una firma es una firma! Pero también supieron que una firma no es más que una firma.
¿Qué anhelo, qué historia, qué renuncias, qué silencio arcano o magia volatilizada llevaba, sin mediar raciocinio alguno, a esa mano a firmar?
Tanto para decir, gritar o reclamar no puede sintetizarse y menos silenciarse y sellarse en una firma.
Entonces nos pusimos a trabajar.



LOS OKUPAS DEL ANDÉN no llegan.
Avasallan, se instalan, se imponen, reverberan, mapeando un dibujo nuevo en cada baldosa, como marabunta, y contagian una energía que inunda todos los rincones resecos y desempolva los utensilios inutilizados por décadas en el arcón de la inercia.
La conmoción es recíproca. No sabemos si agradecerles o permitir que nos agradezcan, adulándonos mutua e inútilmente, en una merma de fluidos que se van como por un escape agujereado. Nos dejamos de joder, entonces, y nos damos cuenta de que estamos todos en lo mismo, que es ya imposible discernir arte y realidad en su aspecto positivista más recalcitrante y paralizante.
No hay nombres ni apellidos, no hay profesiones, no hay antecedentes ni currículo, no hay secretos ni misterio.
Sólo tenemos en común, la pérdida y el protagonismo colectivo de la recuperación del protagonismo. Pero nada del individual, sino el de todos los que dejamos perder lo que perdimos, inermes.
El escenario donde ocurre la bienvenida es el único espejo de agua de la ciudad, la nuestra, que les dista más o menos ochocientos kilómetros desde su territorio platense. Territorios desunidos, desintegrados y distantes.
Se desparraman, se ríen, nos miran, no nos conocen pero nos intuyen. ¿Quiénes serán esta manga de locos?
A mi grito de ‘¡Anárquicos!’ todos responden al unísono. Es lo único que los convoca para ponernos de acuerdo en la hora en que servirán la cena, o iremos hasta la estación del ferrocarril para que hagan el reconocimiento del terreno o saludaremos a las personas que asisten y colaboran en esta locura, como el vice intendente de nuestra ciudad, el Pepe, que viene a ayudar con lo que haga falta.
A bordo del mismo micro que los condujo hasta aquí, recorremos la ciudad hasta la estación disfrutando del show de Ulises en la proa de la nave al ritmo del baile que le propongan.
Algunos del grupo que conformamos el movimiento de la pampa nos sentamos a compartir la cena con esa multitud teatral que desparrama tanta realidad y, como en un grabado de Escher, va mutándose de teatro en verdad en ficción en convicción.
En una mesa extensa logran comunicarse entre todos. Todos saben lo que está pasando. Se miran cómplices, se sonríen, se reconocen.
Mientras vamos deglutiendo gigantes milanesas de pollo con arroz y bebiendo vino tinto moderadamente empiezan a ingresar al comedor del albergue municipal las niñas y los niños de los coros que están actuando en la ciudad, con sus maestros y maestras, entre ellas algunas monjas.
Más de doscientas personas colmamos el ambiente del comedor en una algarabía de ritmos, colores y emociones disímiles.
Vemos a Darío, de los Okupas, retirarse con disimulo imposible, volviendo a ingresar al rato al comedor con el traje de sacerdote que usará en la función al día siguiente durante el festival.
Se para frente a las mesas de los coros y, en ejercicio carismático comienza a dar una extraña bendición a los presentes. Del estupor deviene la risa inevitable, cuando comienza a cantar, y el albergue se inunda de inmediato, de voces perfectamente afinadas de niñas y niños.
Estremece el lugar y los rostros de maestras y maestros. Estremecen las monjas.
Cada grupo de coro va pasando al frente a lucir y disfrutar, fuera de todo programa, la belleza del canto, de la felicidad y de la espontaneidad.
Todos cantamos con lágrimas en los ojos, tan sólo por sentirnos capaces de estar allí, por haber hecho algo, poco o mucho para que sea posible.
Entre risas y cantos anunciamos el festival y los aplausos fueron tan intensos que allí nos dimos cuenta de que esta manga de locos por el tren, éramos también, los actores, en todas sus acepciones.
Como alguna vez hay que dormir, nos despedimos hasta la mañana siguiente a la hora del mate, con abrazos y deseos, como si la vida nos hubiera venido trayendo de la mano desde hacía ya mucho, mucho tiempo.


A la hora del mate ¿cuál es la hora del mate?
Llegamos con la noticia de que Patricios había complicado su partida por un diluvio que había inundado sus casas y se demoraría, obviamente, su arribo a Santa Rosa. No compartirían el almuerzo con los Okupas, algo muy deseado por todos.
Invitados a participar de una audición en la radio local (Radio Noticias), una FM con importante alcance, el pequeño grupo representativo de los Okupas comparte el aire con músicos de cuerdas de primer nivel.
Se oyó bella música de guitarras, experiencias del teatro comunitario, relatos de los trenes perdidos y los pueblos desaparecidos.
Marco, unos de los representantes niños del grupo de teatro, junto a Joaquín, fue el encargado de cebarle mate al conductor.
Los guitarreros, fuera de todo lo previsto, agregaron sus voces para cantar y contar en poemas qué había sido y qué era de La Pampa y sus pueblos sin el tren.
El conductor del programa, nuestro irreemplazable Guito Gaich (queda bien decir irreemplazable porque no nos obliga a decir si es bueno o malo), almibaró la convocatoria con anécdotas ocurrentes y conmovedoras y de allí partimos con la sensación inefable de que por la tarde, la estación de trenes se vestiría de fiesta, no de maquillaje ridículo, frac o tacos altos, sino la fiesta de las ganas de vivir y revivir. De despertar del letargo al que nos convidan las prácticas políticas con proyectos que no son para el pueblo.

La marabunta dispersa fue reclutada nuevamente al grito de ‘Anárquicos!’ y almorzamos en absoluta camaradería aguardando la llegada de la gente de Patricios.

Patricios Unido de Pie arribó al albergue donde ya se los esperaba con el almuerzo listo, fueron abrazos de bienvenida y agradecimiento, pero sabíamos que el tiempo nos sería escaso para expresar las emociones y la calidez que merecía el encuentro.

…..
Adversidad que no podía faltar: la llave prometida que abriría la puerta de la oficina de Rentas de la municipalidad, que funciona en la estación, proyecto de gestiones anteriores, NUNCA APARECIÓ… Iría a ser el espacio destinado a vestuario, maquillaje y reparo del viento omnipresente en las pampas.
NO SE CULPE A NADIE, parafraseando a Cortázar, la gente de teatro comunitario está preparada para todo y no hizo falta más que ganas para que todo anduviera bien.

A las seis de la tarde en punto, las trescientas cincuenta sillas vacías empezaron a ocuparse, rodeándose luego por gente de pie o sentada en los pilares del costado del andén, o en el pasto.

Los Okupas irrumpieron con toda su energía y esa vitalidad citadina que envolvió al público de silencio, concentración y emoción.
Las risas inundaron esa tarde la estación muerta, la resucitaron llenándose de lágrimas que deseaban seguir riendo y no detenerse nunca.
La chusma cómplice e ignorante pero funcional, los negociados, el vacío, la desolación, la inercia, el protagonismo, la lucha, las contradicciones, las instituciones, los gobiernos, la soledad, la comunidad, el volver a apostar a la confianza, el ejercicio de la construcción colectiva, sus obstáculos, (impedimentos y prejuicios), las tradiciones, las traiciones; la realidad histórica puesta en escena como espejo inefable, para reír y llorar.

Más de mil personas lloraron y rieron, y, espero y deseo, no sólo por la brillantez indiscutible del espectáculo, sino por cada uno de sí mismo, por todos nosotros, pobre país, pobre.

La fiesta estimulante de rabia y alegría, de excitación y tristeza se puso de pie a un costado del andén con el MURGÓN DE NUESTRA CIUDAD, ¡AMALAYA!!
Y nos puso de pie a todos, a movernos, a oír, a prestar atención, con esa mezcla de alegría con nostalgia, hiperexcitación y dolor, que tienen todas las expresiones rioplatenses, la traslademos donde las traslademos y la implantes donde la implantes.
Cuando veo y presiento la murga pienso indefectiblemente en esa resistencia ante el colonialismo que jamás deberíamos haber abandonado.
Pero tal vez sea hora de retomar la resistencia desde donde podamos, desde el lugar que nos ha mantenido en pie hasta ahora, aunque nos hayan pateado, fustigado, desanimado y quebrado.
Seguimos de pie.


Y de pie llega Patricios...

¡¡PATRICIOS UNIDO DE PIE!!!

Su energía y su aire indiscutiblemente pueblerinos, con esa introversión hecha necesidad de expansión, su reservorio de historia dinámica en la estática de las imágenes detenidas y albergadas en la vindicación atávica, en el desfile de la memoria hecha sucesos, marcando el pulso del latido histórico, con la responsabilidad de transmisión, entrega y legado, todo respondiendo al diapasón en una sinfonía visceral de escenas nuestras, de lo nuestro, de todo aquello de lo que, alguna vez nos pareció, estaba hecha la vida.
La vida que se fue deshaciendo en cada escena, en cada punto donde el último tren partió.
Y no ha vuelto a silbar para invitar a subirse.

LAS CAMPANAS HAN DEJADO DE SONAR Y YA NADIE ACUDE A LA EMOCIÓN DE LA EXPECTATIVA EN ESA ZONA MUERTA, SEPULTADA ANTES DE CUMPLIR SU CICLO VITAL, CERCENANDO LOS SUEÑOS E ILUSIONES Y ACOTANDO EL ARCO IRIS A UN TENUE GRIS QUE DESLÍE LA PALETA DE LA CREATIVIDAD.
ES DEMASIADO, CASI TODO, LO QUE HA DEJADO DE LLEGAR Y LO QUE HA NECESITADO PARTIR.
¿A dónde iremos, si no hay dónde volver?

Apagado el andén, volviendo a su ser nada…
… allí termina el teatro y empieza la ficción, el juego, el convite de viajar en un tren aventurero de marcha retroactiva y vagones y vagones y vagones de cosas por hacer que han quedado truncas.

En los bares de la zona ferroviaria, Frida y Ángeles, se exhiben obras de arte visual que ofrecen otra instancia de reflexión desde el ojo, las manos, el recuerdo y la intuición de CAROLA FERRERO, RAQUEL PUMILLA, TIKI EYHERAMONHO, DANIELA FURCH Y RICARDO VALERGA.

La música de los mejores músicos, invita a la atención de los espectadores que han atravesado el viento intempestivo de la tarde adversa, la greda en sus pupilas, la piel resquebrajada de un desierto desierto y desertado, y un tren en su memoria, que se atreve a volver, el tren y la memoria.

Es así que la memoria se viste de armonía en las voces, los aplausos, el aliento y el ritmo de la gente que continúa presente en cuerpo y alma, valga la disociación inventada por los racionalistas, sólo en este caso, para ser más explícitos y didácticos.

TIERRA PLANA con el rock, enciende de fuerza la vitalidad del público, seguido por el carisma y el talento de JUANI DE PIAN y sus acompañantes ocasionales.
MARIO CEJAS invita a la reflexión con sus poemas hechos canción, MARÍA JOSÉ CARRIZO Y PABLO WEHT traen la fuerza del tango vívido y degustado por los presentes, convidando a bailarines que soportan la afrenta de La Pampa, que tiene la característica indiscutible de transformar el aire libre en intemperie y vulnerabilidad.
La brillantez de MARCELA EIJO y su pianista y compañero FEDERICO CAMILETTI, dan el cierre a una noche de fiesta impregnada de adversidad y de belleza, de nostalgia y de vida, de lucha y de convicción, de apuesta a seguir vivos y recuperar el ser protagonistas.

Porque sólo así, la consigna, la propuesta y el deseo que llevó a pasar por el festival a mil quinientas personas, se hará posible, en la expresión de los teatreros, en la voz y las manos de los músicos, en el ojo y el pincel de los artistas, en la voluntad de los pueblos de despertar del letargo, levantando en grito, un mismo grito

¡PARA QUE VUELVA EL TREN!!

Porque, creemos, con el tren volverá la vehemencia de un pueblo que hace escuchar su voz y la voluntad de entretejer el hilo que, enredado en la confusión, se desmadeja para volver a ser urdimbre.


Lucía Cinquepalmi

Crónica abierta a todos los aportes que dos ojos solos no pueden llegar a ver.

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